El 1 de Junio de 1972 ante el altar prometimos
sernos fieles en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad,
amarnos y respetarnos todos los días de la vida. Fue en el día que contrajimos
matrimonio. Con tu fallecimiento, querida Pepa, no nos separó la muerte; sigues
y continuarás presente en mi corazón. Te cuidé con desvelo durante tu enfermedad
hasta tu último aliento.
Tanto
yo como tus dos hijos te hablábamos al oído con la esperanza de que nos oyeras,
pese a estar sedada en las últimas horas para evitarte sufrimientos, diciéndote
palabras íntimas, emotivas y sinceras, mientras nos esforzábamos por contener
las lágrimas que humedecían nuestros ojos.
Ya
debes estar gozando de la visión divina y de los deleites celestiales. Desde lo
Alto velarás por nosotros, serás nuestro particular ángel de la guarda, y en la
ascensión escucharías el himno “ La muerte no es el final”, que sonó en tu
honor, y que tanto te emocionaba y gustaba en vida.
Cuando Dios lo disponga, espero reunirme contigo. Mientras llegue
ese momento, aquí seguirás siendo mi amada Pepa.