¡ Qué gran corazón el de Pedro Sánchez
!
Irradia bondad y compasión.
Sólo decretó el Estado de Alarma por seis
meses
y no por dos años y un día, para evitarnos la
prisión.
Listo, desprendido y generoso,
endosa la gestión del coronavirus a las
Autonomías,
eludiendo el control parlamentario
para no abrumar a sus señorías.
En contrapartida, él cargará con el peso
legislativo,
dictando decretos-leyes y demás
ordenanzas,
aliviando el trabajo de los jueces y del
Constitucional,
imponiendo, a su pesar, sobre las mascarillas las
mordazas.
Como no es egoísta, no elude comerse “ el marrón
“,
apela a la cogobernarza, se anticipa a la
Navidad
para compartir con los gestores
descentralizados
el premio o el castigo, sea turrón o
carbón.
Predica que el mochuelo de la pandemia
expansiva
es cosa de todos, riega de medios a los
sanitarios,
apela a la responsabilidad, civismo y sentido
común,
reparte pésames, acude a velatorios y a los
funerales con misa.
Hombre grande es este Presidente
desprendido.
Nada protagonista, le gusta pasar
desapercibido,
que no se note que lleva el peso de la nacional
gobernación.
Quienes falsamente le tildan de narcisista,
mentiroso y figurón,
ignoran su bonhomía, humildad, transparencia e
hidalguía,
paradigma de buen Presidente de la
Nación.
Alta función que nunca deseó en su
vida,
aceptándola sacrificadamente por el bien del
país,
ante el clamor unánime que se lo
suplicaba
día tras día.
Resiste, Presidente, este pueblo es
agradecido,
cual a César magnánimo e invicto
arroja pétalos de rosas a tu paso y
levantará estatuas en tu memoria.
Ya ciñes en torno a tus sienes la corona de laurel.
Te saludamos, Petrus, como lo hacían los
gladiadores en el Coliseo romano:
¡” Ave Caesar, morituri te salutant “!
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