La utilización 
de la corrupción, para desacreditar y zaherir al adversario político, hastía y 
aburre al común; pero tenemos al socialismo de Pedro Sánchez y a su círculo de 
aduladores agradecidos, así como a los regeneracionistas emergentes de la 
izquierda más montaraz, empecinados en darnos la lata con ese tema sobradamente 
sobado. 
Ningún partido 
que haya ostentado el poder se ha librado de ella; por eso es cinismo y 
desvergüenza el seguir utilizándola como arma de desgaste político, cebándose 
exclusivamente en la que ha afectado al PP. Los casos de cualquier signo habidos 
están judicializados o en vías de investigación, sin injerencias 
gubernamentales, pero esa realidad no vale a los nuevos inquisidores, que con el 
pretexto de las responsabilidades políticas que exigen, y utilizando 
impúdicamente diversas varas de medir, se empeñan con sádico regodeo en eliminar 
la presunción de inocencia en la derecha o centro-derecha. Se creen unos “ 007 “ 
con licencia para matar, en este caso política y 
socialmente. En fin, sectarismo y odio a machamartillo.
Mientras 
ocurre esto, las ciudades gobernadas por la nueva casta política, en ocasiones 
con el apoyo de los socialistas, van en caída libre. Muchas soflamas, 
ocurrencias y despropósitos, pero brillan por la ausencia las gestiones en orden 
al bien común y la mejora de los servicios públicos. Su concepción particular de 
la libertad y de los derechos se reduce a imponer su ideología destructora y 
extrema. Ante las protestas y muestras de descontento, aprietan más la tuerca y 
sirven otra taza de caldo amargo. Venden como regeneración lo que, en tantas 
ocasiones, se visualiza y sufre como degeneración.
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