miércoles, 7 de septiembre de 2016

TERESA DE CALCUTA

 

La entrega de la Madre Teresa de Calcuta, canonizada como santa el domingo pasado, a favor de los más pobres de entre los pobres y de aquellos cuyo hábitat natural era/es la miseria y la soledad más extremas, condenados a ser apestados sociales y muertos vivientes, despierta, aparte de los merecidos elogios y reconocimientos, la pregunta sobre el porqué de su amor sin límites hacia los parias de la tierra y cuán difícil debe ser intentar imitarla con perseverancia.

Las razones humanitarias y las creencias religiosas pueden proporcionar una respuesta aproximada; pero no satisfacen plenamente a la cuestión planteada, sea desde la simple motivación solidaria-altruista o desde un cristianismo superficial o vivido y practicado convencionalmente.

Por ello, al compararnos en nuestra mediocridad con los que conviven en medio de los más abandonados, de los que son el único soporte de ayuda y cariño, hay que aceptar que no actúan por impulsos repentinos ni sentimentalismos pasajeros, sino que una fuerza misteriosa y atrayente les llamó y transformó en esos seres excepcionales a los ojos del mundo.

Esa fuerza debe ser el Dios de los prolongados silencios, cuya ausencia aparente sintió en ocasiones Madre Teresa.

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