El juez Santiago Vidal es un espabilado secesionista. Se arrimó al furibundo nacionalismo, participando en el despropósito de la Constitución catalana y en actos separatistas, y ha sido sancionado por el Consejo General del Poder Judicial a tres años de suspensión de funciones.
Como era de esperar, los de su misma camada independentista se han solidarizado con él y no le han faltado ofertas para ser incluido en listas electorales soberanistas. Con ello tendría aseguradas las habichuelas, pues lo colocarían en lugar destacado para que consiguiera el chollo de tener amarrado un suculento sueldo proveniente del erario público que, para mayor inri, lo pagarían los españoles, sean o no separatistas.
" Me tengo que ganar la vida", ha manifestado. Es lógico y comprensible tal aspiración; pero no quiere hacerlo en el ámbito privado - como podría ser ejerciendo la abogacía u otro oficio acorde a sus conocimientos-. Lo que le pone es el delirio de contribuir a que la república catalana sea una realidad desde el activismo político. Ya podría haberlo hecho antes, dejando previamente la judicatura.
Benévola ha sido la sanción para quien prestó su colaboración al proyecto secesionista. Merecía la expulsión. Si, al cumplir aquella, opta por reincorporarse a la judicatura, estará contaminado para instruir o juzgar a cualquier persona que se declare a la vez española y catalana, o algún contencioso que enfrente al nacionalismo con el Gobierno de y para todos: el Central.
El nacionalismo-separatista sí paga a los que traicionan a España. Se supone que Santiago Vidal prometió o juró observar la Constitución al imponérsele la toga. ¿ Se ha producido en él una conjunción de perjurio y traición? Tiene todas las trazas.