Cuando sobrevienen circunstancias adversas, cualquiera que sea su clase y origen, es recomendable sobrellevarlas con paciencia- a veces, difícil de mantenerla constantemente-, procurar superarlas o mitigarlas con esforzada dedicación y un absorbente sobreesfuerzo, y que la paz interior, por hacer responsablemente lo debido, anide en el espíritu.
La placidez y la serenidad anímica, que conducen a la paz interior, son lo más costoso de conseguir si hay una negación o camuflaje de la adversidad y sus consecuencias por parte del directamente afectado, que vive o no es capaz de comprender o reconocer la realidad, e impulsivamente se " encierra en su desdichado mundo". Entonces suelen sobrevenir episodios ocasionales de desesperanza y crispación a los que intentan ayudar, al presumir que el auxilio prestado es baldío.
Estas situaciones dramáticas se dan por doquier, pero no por ello hay que arrojar la toalla. Sólo desde el AMOR, y para el creyente, además, desde la Fe, se puede perseverar. Cuando el ser humano sufre, Dios sufre con él. Está escrito: " ¡ Cuán insondables son Sus Juicios e inescrutables Sus caminos". " Fiat voluntas tua", Señor.
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