Los mensajes de los líderes políticos que participaron en el gran debate electoral fueron los esperados, y venían repitiéndose desde hace tiempo. La única sorpresa fue la actitud de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, displicente y altiva sobre los otros contendientes, sin prestarles atención, centrada su mirada baja sobre el atril y tomando notas o fingiendo hacerlo. Sólo se limitó en sus turnos de la palabra a leer las cuartillas que le habían preparado. Ausente sobre lo que se debatía, evidenció incomodidad y aburrimiento, como si el debate no fuera con él. Su “ ego “ y retahíla de promesas populistas prevaleció sobre la trascendencia del debate. En algún momento de ¿ improvisación ? sacó a relucir la exhumación de Franco, prometió que traería detenido a Puigdemont, cuando esta decisión corresponde a los jueces competentes, y algunas otras “ muletillas “ de venta fácil para sectores de las izquierdas. Ni siquiera respondió cuando fue preguntado varias veces si “ Cataluña es una nación y cuántas naciones cree que hay en España “.
Las respuestas a las encuestas de quién venció en el debate, dependen del segmento poblacional a las que van dirigidas y del pensar político de los que contestan. El “ momento de la verdad “ será el día de las elecciones y el resultado de las mismas. Todo lo demás son especulaciones más o menos fundamentadas. Se ha perdido la oportunidad de que el centro liberal y las derechas se presentaran a las elecciones en coalición. Pero “ a lo hecho, pecho “. Podríamos volver a la interinidad e inestabilidad del largo periodo preelectoral. Los lamentos tardíos para nada sirven. Pase lo que pase, que no pierda España. Las travesías del desierto ardiente y seco pueden acabar con cualquiera.
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