De sorpresa y sin anuncio previo
se presentó Pedro Sánchez en el Valle de los Caídos.
No para visitar a los monjes de la Abadía
Benedictina,
interesarse por sus necesidades y precaria
situación,
ni mucho menos elevar una oración por los allí
enterrados,
sino para ver las fosas comunes, los huesos
exhibidos,
y escuchar las explicaciones de los forenses
y
y antropólogos sobre el resultado hasta ahora
conseguido.
Fue un golpe de efecto con fines
electoralistas,
distraer la atención de los asuntos engorrosos que le afectan
y explotarlo a nivel internacional.
Además de un escarnio, una
profanación
y utilización partidista de los
muertos.
Una página más de la Memoria
Democrática.
Una teatralización anticipada de la “
resignificación “ del Valle.
Las grietas de la Basílica destilaron lágrimas de
dolor.
Toda ella, al verle entrar, se
estremeció.
El techo y las baldosas crujieron de
impotencia.
La Cruz levantada en lo más alto
perdona
la soberbia del pagano que cree ser un “ Dios
“.
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