Buscar refugio en el alma serena,
limpia y transparente, contra la que se 
estrellen
las tormentas y amarguras de la 
vida,
haciendo de la desgracia virtud,
es un don privilegiado, un síntoma de 
santidad.
Todos somos llamados a ir tras ella,
a despojarnos de nuestras miserias 
humanas,
a reposar en plácida beatitud,
desprender alegría, candor y amor.
¡ Pero qué difícil es alcanzar tan excelsa 
altitud !
Los que sorben esas mieles, santos en 
vida,
sorprenden por su gozosa actitud.
Hacen renuncia de sí. Se entregan y sufren por 
los demás.
Nos recuerdan al Cristo en el 
Madero,
rogando al Padre y aceptando el cáliz de Su 
voluntad.
Pasan por el Mundo sin hacer ruido ni 
molestar.
El aleteo de sus alas es el de las 
aves
que surcan el firmamento, alzándose sobre el 
temporal.
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