Hay demasiadas cautelas y remilgos, de procedencias
diferentes, para que se apliquen las medidas coercitivas legales y
legítimas en consonancia a la gravedad del desafío secesionista catalán. Tales
prevenciones o reparos se hacen por el miedo a la reacción de los rebeldes
o sediciosos y a lo que pueda pasar en
el caso de resistencia o enfrentamiento de aquéllos con los
poderes del Estado encargados del mantenimiento del orden constitucional y del
restablecimiento de la legalidad conculcada.
Bastantes voces timoratas insisten en que hay que
ir paso a paso, en buscar preferentemente soluciones imaginativas
y políticas, ignorándose o no queriéndose ver que han resultado inútiles
cuantas condescendencias y contemplaciones se han tenido durante años con el
nacionalismo separatista e insaciable. Pese a ese " fair
play " sostenido y excesivo- gubernamental, político y
judicial- el radicalismo soberanista ha ido a más en sus pretensiones de
" desconectar" con España, desobedeciendo resoluciones judiciales y
hasta del mismo Tribunal Constitucional. En esa mentalidad y actitud obtusas
permanece, poniendo las bases para la República Independiente de Cataluña. Y lo
más sangrante es que el impulso, el proselitismo secesionista y el proceso de
ruptura con España se lleva a cabo por quienes deben su razón de ser al
Estado democrático y constitucional, al que sin tapujos plantan cara.
Llegada es la hora de no más paños calientes. Los
secesionistas han llegado a un punto sin retorno- en ello se reafirman a
diario-, y no habrá más remedio que, algún día, aplicar los
mecanismos drásticos previstos en la Constitución. Así, por ejemplo, no
hay que temer invocar el artº 155 de la misma, que a bastantes les produce
grima el mentarlo. Sólo los que se empecinan con la quimera soberanista
deben temer los procedimientos para la defensa de la legalidad y la
unidad de la nación española. Van a por todas, y el Estado no debe
autolimitarse con el menos.
Quien provoca el mal, debe apechugar con las
consecuencias. En esto, los secesionistas tiraron y tiran siempre la primera
piedra; hasta que, a los repetidos desafíos, se optó por la
respuesta con un convincente ¡ basta !. Luego, surgen los lagrimeos y
victimismos infundados, como recurso inveterado para revivir el delirio. Lo
peor es que son cansinos y aburridos. Se creen sus propias mentiras y
ficciones, y cíclicamente hay que hacerles entrar en razón.
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