Cuando a diario trascienden tales delitos abominables, nos preguntamos el porqué de los mismos, leemos o escuchamos sus titulares, centramos la atención en otros asuntos, y hasta el siguiente caso. Sólo la afectada directamente, si no le ha sido segada la vida, los familiares, allegados y del entorno próximo y querido de la víctima, por este orden, sufren y cargan por el agravio o el suceso luctuoso. Es un trauma-pesadilla que perdurará en el tiempo, sin encontrar respuesta a los interrogantes que se plantean. Ni siquiera, el castigo del o de los culpables de ser descubiertos y castigados, restañará las punzadas al corazón doliente.
El desquiciamiento de la sociedad actual hace que surjan tales perversidades. La educación desde la infancia y la recuperación de los valores morales y éticos, en franca decadencia desde hace años, son el antídoto imprescindible para empezar a eliminar la referida lacra. La ley y la justicia son un complemento necesario, pero tiene que ser posible poder detectar a tiempo los potenciales agresores para intentar la reconducción de sus pulsiones malévolas. Así y todo, como es imposible erradicar totalmente la maldad humana, combatamos, al menos, las causas que la hacen florecer.
Las asociaciones y los movimientos cívicos, aunque parezcan testimoniales, si no se utilizan como arma política arrojadiza, son un aldabonazo para despertar los sentimientos nobles y solidarios. Cualquiera puede ser víctima directa o colateral. Todos estamos obligados a comprometernos con tan justa causa.