Huir procede de las bocas, por sistema,
maledicentes.
Sin razón exponen contubernios y agravios en su
contra,
cuando la Administración y otros colectivos
profesionales
no acceden a sus pretensiones.
Si se trata de vejar o dar por buenos infundados
rumores o calumnias,
del Rey para abajo a nadie libran.
Son malos perdedores. Querulantes por vocación,
se enclaustran en “ su razón “,
sin dar espacio a la duda o el
error.
Si unos políticos son ladrones y
vividores,
extienden la corrupción a todos por
igual.
Sus obsesivas fijaciones tienen un poso de
frustraciones,
traumas vivenciales y querencias políticas
cambiantes.
Pasan de la adulación, si pretenden “ sacar
“,
a la denostación cuando ya no se les “ da
“.
Se excitan con gritos enfurecidos, exacerbando su
postura,
si se les
contradice o no se les hace caso.
Sobresaltan al desprevenido transeúnte
y a los demás ocupantes de la estival terraza de
bar
-donde suelen dar rienda suelta a sus
peroratas-,
que los toman por desequilibrados o “ locos de
atar “.
Afortunadamente, no abunda la gente de esta
guisa;
pero les gusta “ dar la nota “ y “ llamar la
atención”
A la poca y conocida, no conviene “ darle carrete
“.
Bastante tenemos con el calor
sofocante,
para que nos calienten el “casquete “,
nos suba la tensión y, de rebote, cojamos un
berrinche.
Si procuramos no ver los debates
electorales,
para no encorajinarnos, ni nos amarguen los
días,
con mayor motivo hay que eludir
la audición de los consabidos
monólogos
de los “ sabiondos “ espontáneos.
Tampoco, ni cobrando, ser “ sparring “ del
pugilato verbal.
El diálogo requiere pensar lo que se va a
decir.
Exponerlo con educación, sin ofender ni
prepotencia,
con voz reposada y objetividad.
Si no se hace así, o se es incapaz de seguir este
método,
es preferible callar. “ En boca cerrada no entran
moscas”.
Ni de ella salen sapos. Y si salen, te los
tragas.
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