Votar es una fiesta democrática.
A la cita con las urnas no conviene faltar.
Lo tradicional era, cuando se hacia por la
mañana,
ir en familia, depositar la papeleta,
tomar el aperitivo y comer juntos,
en casa o en un restaurante.
El cabeza de familia indicaba qué voto era el
correcto,
custodiando los sobres, si los tenía preparados,
hasta la llegada al colegio.
Si se cogían las papeletas en éste,
ponía su atención para que la mujer e
hijos
no le dieran gato por liebre,
y fueran cumplidores de sus
indicaciones.
Si votaban por la tarde quedaban a una
hora,
para seguir, bajo supervisión paterna, con el
ritual.
En cualquier caso, era un compromiso, tácitamente
acordado y aceptado,
que le era recordado con ironía al padre en cada
día electoral:
“ ¿ Esta vez, tienes que llevar también el sobre
? Somos mayores ya “.
Acabando la cuestión con risas.
Con el paso de los años, en algunas familias rige
la misma costumbre.
En otras, cada cual va a su aire. En terceras, ni
se pregunta a quién votar.
El voto es libre, un derecho que se puede o no
ejercitar.
Pero del resultado de las elecciones, depende el
futuro.
El de la ansiada España unida, la concordia, la
seguridad en libertad,
la efectiva igualdad ante la Ley, y lo que la
buena gente,
en definitiva, demanda: orden, trabajo, justicia,
pan y paz.
Algunos partidos y gobernantes, con buena fe, lo
intentarán.
Otros, conseguido el caramelo, lo
chuparán.
Ya se sabe. Por ello hay que discernir, en base a
la experiencia,
a quién la confianza otorgar.
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