Sucede más de una vez.
Escribir algo quieres,
sin saber sobre qué.
Tras muchas dudas,
le das a la primera tecla,
ignorando, de antemano,
las que le seguirán después.
Confías llenar unos renglones,
un contenido de utilidad,
dudando que a alguien le puede
interesar
la lectura de las letras huecas,
sin guión previo y desconocido
final.
Paras y lees lo hasta ahora escrito;
te reafirmas en tu presunción
inicial.
Unas tras otras han ido surgiendo.
Nada de provecho ha salido.
Te resignas. No es éste tu oficio.
Peras al olmo no le puedes pedir.
Otro día intentarás el frustrado
reto.
Cierras el ordenador y te retiras.
Mataste, al menos, el tedio un rato.
Del embrollo pudiste salir.
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