Los silencios de Dios son un misterio. Se suele acudir a Él con súplicas, y cuando no se escucha o no se ve la respuesta divina que se desea, a veces aparece el desconsuelo, la desazón, los bajones anímicos, la desesperanza y los temores. Dios atiende, pero como " los designios del Señor son inescrutables", sólo desde la Fe se puede confiar en Él y repetir " Fiat voluntas tua".
El recogimiento en silencio ayuda a aceptar los planes insondables del Creador, a reflexionar sobre lo efímero de lo terrenal y que las espinas también son propias de la vida. Jesús, acatando la voluntad del Padre, sufrió suplicio y muerte de cruz por la salvación de la humanidad; aunque también suplicó: " Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Los creyentes, ante los posibles amagos de desesperanza que por circunstancias diversas puedan presentarse en periodos de zozobra o desventura, tienen el ejemplo del Salvador y el de su dolorida madre a los pies del madero en el que fue clavado su Hijo. Las inevitables penas e inquietudes son menos si se confían y ofrecen a Él.
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