Se producen sucesivas oleadas de ciudadanos que huyen de sus países y pretenden llegar irregularmente a Europa en busca de refugio, con mayor o menor fortuna y siempre por arriesgadas, dramáticas e inciertas vías, que tantas veces acaban en tragedia mortal. Procede determinar quiénes son acreedores al derecho de asilo por sufrir persecución o estar en peligro por razones religiosas, ideológicas, raciales, de nacionalidad y, en definitiva, por alguno de los motivos señalados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en diferentes tratados y convenciones internacionales ( Carta de los Derechos Fundamentales de la UE y otros), así como por lo estipulado al respecto en las legislaciones de diversos países. Otros lo hacen por motivos económicos y laborales, por huir de la miseria y tratar de rehacer sus vidas. A tenor de la casuística los tratamientos son diferentes.
Distinguir entre las diferentes situaciones y motivaciones se complica, aún más cuando proceden de territorios en guerra por diversas causas( Siria, Libia y otros).
En cualquier caso son dramas humanos a los que hay que dar una solución coordinada e integral dirigida por la UE y sus Estados miembros- con vistas a largo plazo y a la integración de los que huyen desesperadamente-, que implican la distinción antes aludida; sin perjuicio de la salvaguarda de la seguridad y los legítimos intereses nacionales.
Por bien intencionadas y loables que sean- rechazables las del pasajero oportunismo político-, las aportaciones y posibilidades oficiales locales, autonómicas y las particulares no pueden ir por libre. Tienen que ponerse a disposición del Gobierno comprometido con la ejecución de los planes y directrices marcadas por la UE, para que se pueda hacer un uso racional y eficiente de las mismas.
La UE, desbordada y sorprendida por los sucesivos aluviones humanos- cuando eran fáciles de prever por, entre otros motivos, el conocido efecto llamada- ha tardado en reaccionar y persisten las discrepancias entre sus miembros. Ahora, la tragedia de los refugiados es una de sus preferencias. Que acierte y lo haga bien, aunque este drama es global.
Otro asunto- más espinoso de atajar sobre el terreno - es la raíz del problema; sobre la que la ONU, OTAN y las naciones árabes y musulmanas deberían consensuar las acciones pertinentes. Pero esta es una cuestión que merece tratamiento aparte, en la que también entran en juego intereses geoestratégicos y económicos divergentes. Mientas esto no se solucione, si es que hay o se quiere el remedio efectivo, la desesperación seguirá llamando a las puertas de la soñada " tierra de promisión".
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