Si en los partidos tradicionales ha habido y siguen estando algunos políticos curtidos en chanchullos y mangancias, al margen de su mayor o menor valía para dedicarse a la cosa pública, los de nuevo cuño y demás formaciones de extrema izquierda- conceptuadas como radicales, populistas, antisistema, etc.- que han tocado poder, no han tenido tiempo todavía para dedicarse a tales trapacerías; pero, tiempo al tiempo, todo se andará. Hasta ahora, en su corta andadura con la vara de mando, han dado suficientes pruebas de nepotismo y sectarismo, que ejercen con desvergonzada prepotencia y descaro como cosa la mar de natural. Y eso que, de momento, sólo están enseñando la patita. También todo llegará.
A diario saltan noticias de sus innovaciones y ocurrencias que, en contra de lo que algunos mantienen, no se deben a la ignorancia- aunque en bastantes casos sí-, sino a convicciones ideológicas totalitarias, en las que se obstinan obtusamente cual laico dogma a imponer. Dicen que pretenden liberar al hombre- léase también mujer- de la opresión, la injusticia y la desigualdad; pero con su pensamiento único y excluyente lo reducen a la esclavitud anímica, le someten a la justicia inquisitorial contra el discrepante y promueven el igualitarismo por debajo.
Para ellos el ejercicio de la libertad es seguir sus dictados y plegarse a sus deseos; la promoción individual- basada en el esfuerzo, el mérito y el desarrollo de las capacidades personales- es un privilegio de las clases pudientes; el progreso económico es una ficción que sólo beneficia al capitalismo; la cultura la convierten zafia y agreste; los valores y principios rectos son antiguallas; y la religión, en especial la católica, sigue siendo " el opio del pueblo".
Lo peor de todo es resignarse a ello, creer que no se puede enmendar la situación o no intentar cambiarla. Podría tratarse de una pesadilla o de broma macabra, pero es la realidad que se observa a la luz del día y bajo los luceros de la noche.
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