El "¿ quién es
quién?" debería ser una premisa fundamental de las formaciones políticas, antes
de proponer y promocionar a alguien en sus filas, en un intento de asegurar la
idoneidad para el cargo y la función correspondientes. El ideal sería aunar la
competencia y la probidad u honradez. No se hace así, y por ello se repiten los
escándalos por doquier, en mayor grado cuando se ocupa el poder por largo
tiempo, como ha sucedido principalmente en Convergencia y Unió,
Partido Socialista y Partido Popular.
Lo mismo
debería ser aplicado a los que se dedican a la función pública; con mayor
escrupulosidad a los que tienen que velar por el cumplimiento de la Ley en los
diferentes ámbitos. El aprobar unas oposiciones no acreditan, por sí solo, las
condiciones antes citadas ni la ponderación derivada del recto juicio y del
sentido común.
El problema
reside, además de su difícil encaje en un régimen democrático, en cómo se
garantiza la objetividad y la neutralidad ideológica de tales informes previos
que, en todo caso y sin merma de su confidencialidad restringida, deberían ser
objeto de contradicción por el sujeto afectado que no estuviera conforme con el
mismo. Tal problema, que puede contravenir las disposiciones sobre la función
pública- para entendernos, el funcionariado-, no es extrapolable a la clase
política. En ésta no se entra y asciende por oposición, sino por lo que deciden
los “ aparatos” de los partidos o el dedo superior.
El caso es,
volviendo al principio, que hay que poner los filtros necesarios para evitar que
los mangantes busquen el chollo en la política, bien en su voracidad por
enriquecerse sin reparar en medios o dejándose comprar por aquellos que buscan
privilegios o tratos de favor.
Suele ocurrir
que, cuando caen, se pone en el mismo saco de la corrupción, sin beberlo ni
comerlo, a otros; aunque es difícil creer que, como mínimo, no olían el
estercolero. La endogamia partidista hace que, en demasiadas ocasiones, se mire
hacia otra parte, y luego sucede lo que sucede.
Con todo, tal
vez por lo de “ el gato escaldado del agua fría huye”, parece que va calando la
lección. La Justicia, que si es superlenta deja de serlo, actúa; el Estado de
Derecho funciona, y hay motivos para pensar que la corrupción habida será cosa
pasada, pero no hay que bajar la guardia.
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