Me enternece contemplar a un bebé. Siento una emoción especial cuando me cruzo con una mujer en estado de buena esperanza, ante la grandeza de alojar en su seno la diminuta vida que verá la luz. Me inspiran comprensión y piedad las personas mayores que viven en soledad o sufren los achaques propios del paso de los años. Soy sensible ante los lloros de una mujer y las desgracias ajenas. Me conmueven ciertos cantos espirituales. Se humedecen mis ojos al escuchar “ El novio de la muerte “ y el toque del “ Silencio”. Siento el cariño y la cercanía de un perro dócil que, sentado a mis pies, fija sus ojos en mí.
Éstas y tantas otras sensaciones son como un arcoíris de teñidos diferentes y claroscuros, que aparece con mayor frecuencia en el otoño de la vida. Lo que más pesa y se siente es aquello de lo que no puedes vanagloriarte; ante ello sólo cabe el arrepentimiento, al igual que la reparación del mal causado y las ofensas inferidas.
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