El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. En estos días se conmemora de un modo especial la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la Santa Cena, la angustia del Hijo de Dios en el huerto de los olivos y su apresamiento en el mismo, las vejaciones y dolores que sufrió previos a su crucifixión y muerte, y su gloriosa resurrección. Todo ello sucedió para que se cumplieran las profecías.
Las exteriorizaciones del fervor popular( procesiones, pasos, imaginería, sonar de cornetas y tambores), son una muestra de su arraigo, de ese poso tradicional y cultural cristiano que anida en la sociedad; perduran y son loables. Pero la Semana Santa es todo eso y mucho más; sirve para meditar sobre lo que sucedió en aquellas fechas que recordamos, para que los cristianos repasemos nuestra vida, reconozcamos cuántas veces hemos fallado a Jesús y procuremos esforzarnos para seguir su ejemplo y enseñanzas.
Aunque quizás volvamos a reincidir en diversos fallos, tenemos la seguridad de que Jesús murió para que nuestras culpas fueran perdonadas, arrepintiéndonos de ellas y confiando en su infinita misericordia. “¡ Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen ! “, fue su ruego al Padre- Dios sobre los que le condenaron a muerte y lo clavaron en la Cruz. Imploremos su perdón una y mil veces, pues nunca nos faltará su abrazo misericordioso.
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