Pablo de Tarso proclamó: “ Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.” La duda e incredulidad sobre la Resurrección de Jesús que tuvieron los apóstoles y sus primeros discípulos, se disiparon cuando se les apareció en persona tras su muerte y fue encontrado vacío el sepulcro en el que fue enterrado.
La Resurrección del Redentor sólo se puede admitir desde la Fe, ya que escapa a la razón y a toda ciencia humana. No debe por tanto inquietarnos a los cristianos creyentes y practicantes, que con mayor o menor frecuencia y queriendo racionalizar el fenómeno inexplicable, sentimos la angustia vacilante al preguntarnos si, como se afirma en el Credo, “ al tercer día resucitó de entre los muertos”. Al contrario, desde la humildad, debemos pedir al Padre que alimente nuestra Fe, ese don gratuito que Dios nos concede para que sintamos y afirmemos que su Hijo resucitó, y que en el último día, al final de los tiempos resucitaremos también en cuerpo y alma para comparecer ante Él y obtener la misericordia divina y el gozo de los placeres celestiales.
Esa fe, tantas veces sometida a altibajos, es la que alimenta la Esperanza de que la muerte no es el final. Y a su vez la fe y la esperanza impulsan el amor, que dignifica la propia existencia como las vidas ajenas, llenándolas de sentido, incluso en medio de las incertidumbres.
¡ Feliz Pascua de Resurrección !
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