Pedro Sánchez ha triunfado holgadamente en las primarias a Secretario General del PSOE. La votación mayoritaria de los afiliados socialistas así lo ha querido. Nada hay que objetar a la legítima decisión de los que optaron por Sánchez, aunque se podría decir: “ allá ellos y con su pan se lo coman”. Pero hay demasiadas cosas importantes para desentenderse del grave problema que se ha originado con la mentada designación; no sólo en la división interna del propio partido, sino, y esto es lo más preocupante, por el peligro real de la desestabilización política del país y de su fractura territorial.
La trayectoria política de Sánchez, anodina e intrascendente antes de que fuera designado Secretario General por primera vez, tomó una deriva errática poco después de haber sido nombrado; hasta el extremo de dimitir del cargo, voluntariamente o forzado a ello, por haber perdido la confianza de quienes le habían aupado. Sus querencias y veleidades con la izquierda radical y los nacionalistas más obtusos se fueron conociendo; incluso se habló de traición a los principios y valores de la socialdemocracia española.
¿ Qué le movió a actuar así ? Afirmar que una concepción ideológica es más que dudoso; sobre todo en quien cambia de criterio tan a menudo y hace uso del oportunismo más descarado. Hay una coincidencia bastante generalizada de que Pedro Sánchez sólo se mueve por intereses personales, por ese “ego” exacerbado de ser Presidente del Gobierno, así como por el rencor acumulado sobre los que le defenestraron y por su insistencia en desalojar al Partido Popular de las Instituciones. Para conseguir lo último y colmar su ambición de ocupar la Moncloa, es capaz de pactar con los que quieren romper la unidad de España. ¡ Que Dios reparte suerte ! Falta, mucha falta, nos va hacer.
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