¡ Qué malo es ir de médico en médico
!
Se empieza por una molestia o ligera
dolencia,
acudes al facultativo de familia,
y si intuye a qué puede ser
atribuible,
prescribe el medicamento adecuado,
más una analítica completa si lo estima
procedente.
Si ésta no sale bien y la sintomatología
persiste,
te deriva al especialista, que aconseja nuevas
pruebas,
si no ve el asunto claro, para dar con el
clavo.
Si con ello se concreta la causa, receta el
remedio;
pero si detecta otras anomalías, cuyo
diagnóstico
y tratamiento no le corresponden,
empieza el recorrido no deseado ni
sospechado:
impaciencia por las largas listas de
espera,
ir de especialista en especialista,
cliente habitual del hospital, huésped del
quirófano
y las inquietantes periódicas revisiones.
Hay que cuidarse desde la juventud;
los excesos pasan factura con los
años,
también a los que tuvieron hábitos
sanos;
confiar en los médicos y seguir lo
pautado.
No hacer caso de los profanos ni de sus recetas
caseras,
de esos “sabelotodo” que achacan el inicial dolor
o molestia
a un traspiés, un enfriamiento, una mala postura
al dormir,
una pesada digestión u otras ocurrencias
cualesquiera.
Opinan de buena fe, pero suelen equivocarse y
meter la pata,
motivando a veces ir al médico con
tardanza.
Hay males propios de la edad avanzada, no
esperados en la lozana.
Ante ellos, paciencia, resignación, no perder el
humor,
echar para delante y que dure la
procesión.
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