Te visito a diario,
cual si fueras de mi parentela.
Eres el supermercado,
de confianza y cercano.
Cada vez que traspaso la entrada,
voy en busca de lo necesario.
Mirando y rebuscando,
comparando precios y calidad,
y las preferidas marcas blancas,
por ser las más baratas.
Al salir y pagar me quedo tieso,
en el bolsillo ni un “ real “.
Sólo queda la satisfacción
de que las empleadas
son atentas y amables,
aconsejándome, en caso de duda, qué
comprar.
Me tratan como si fuera
un Capitán General.
Los componentes de la saludable
“ dieta mediterránea “
han subido por las nubes,
y del precio del aceite virgen
extra,
o sin desvirgar, o los de los
humildes
para freír, ¡ para qué hablar !
Otro tanto ocurre con el pescado
fresco,
carnes de vacuno y pollo,
sandías, melones y frutas de
temporada.
Para qué seguir relatando
lo que es público y notorio.
En cualquier caso, ¡ gracias, amigo supermercado
!.
Mientras la salud y la cartera lo
permitan,
no faltaré a la cotidiana cita.
Dulce y fresco cobijo en el estío,
prolongación del hogar.
En especial, para los que viven en
soledad.
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