Se ha fomentado el despilfarro, endeudamiento, la sociedad del consumismo y el placer; la renuncia al sacrificio y esfuerzo personal y colectivo que, al fin y al cabo, es lo que hace a una nación ser nación próspera y respetada. Fomentaron también el enriquecimiento fácil y tortuoso, el sexo desenfrenado, la frivolidad, subversión de valores y principios.
Las raíces culturales que nos eran propias han sido segadas, la historia falsificada, la nación cuarteada, sus símbolos arrinconados o vejados; todo por ese relativismo galopante que prescinde de lo esencial y no delimita fronteras entre el bien y el mal que, por no defender la vida , legaliza el aborto a la carta y proyecta la eutanasia.
Y en eso estamos, ante una sociedad desquiciada, anestesiada e inhumanamente competitiva, preocupada por el hoy y, en parte, indiferente ante lo que ocurre; en la que reina el egoísmo, la falta de la solidaridad que se predica y del compromiso cívico.
Con tales mimbres no se ha podido tejer otro cesto que el descrito. ¿Culpables? demasiados, por acción u omisión; empezando por quienes su obligación prioritaria era y es gobernar con sensatez y prudencia sirviendo al pueblo, al que bien encandilan y engañan cuando se trata de mendigar el voto; aunque siempre hay quienes, a sabiendas, se dejan embaucar por patología partidista, desdeñando la ostensible ocupación totalitaria de Instituciones, vidas y haciendas.
Hay mucha gente honrada, trabajadora y responsable que, con gran dolor por su parte, asiste impotente ante tanto desaguisado. Si hablan es como clamar en el desierto; su ejemplar comportamiento la convierte en incómodo testigo para los ineptos, corruptos y oportunistas sin entrañas. Y luego existe esa ingente cantidad de parados a su pesar y sin perspectivas de un futuro mejor.
Vienen estas reflexiones cuando prácticamente ya estamos en campaña electoral, empiezan las peleas para figurar en puesto seguro en las listas, salen a relucir los puñales dialécticos y demasiada gente pide una oportunidad para subirse al carro que colme ansias de poder y bolsillos. Es frecuente escuchar la discutible frase de que “todos los políticos son iguales”. Admítase que algunas diferencias deben de haber; de momento lo que está claro es que el Gobierno nos ha llevado a la ruina y cómplice ha sido el partido que lo ha sustentado y permitido.
Muchos, aún en el poder, se lo juegan todo y no se dejarán arrebatar la bicoca fácilmente. A los que las encuestas les son favorables que no se duerman en los laureles y si llegan a gobernar que solucionen la caótica situación actual; si actúan con honradez, justicia, austeridad y diciendo la verdad, el pueblo asumirá los sacrificios que sean necesarios. España no se merecía llegar al extremo al que aviesos la han arrastrado, y los españoles no merecen ser defraudados otra vez. Que el 20-N brote la esperanza de un futuro mejor.
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