Empezó 2015; vamos a ver lo que nos depara. De momento hay pronósticos esperanzadores y pesimistas, dependiendo de quienes los formulan. Están los que dicen que todo irá a mejor basándose en los indicadores macroeconómicos y en leves señales de recuperación, y los que, por contrario, afirman que esa tendencia positiva es coyuntural, motivada por factores externos, y que difícilmente se traducirá en mayor bienestar, creación de empleo, productividad y competitividad.
Optimistas y agoreros los ha habido siempre; los primeros- voces gubernamentales- se guían por datos y perspectivas voluntariosas, y los segundos- aspirantes al poder- por el intento de empañar los aciertos de aquéllos. Todos tienen en común intentar sacar rédito electoral; unos, por los logros conseguidos y por los que se vislumbran; los otros, por presentar un panorama desolador y un futuro negro.
El caso es que, por ejemplo, ha aumentado el consumo; basta ver a nivel de calle los gastos navideños y las colas de compradores para los regalos del cada vez más asentado " Papá Noel " y los tradicionales Reyes Magos. ¿ Son señales de realidad y buenos augurios ó asistimos a un espejismo? El tiempo dirá.
Lo que parece evidente es que el rearme moral de la sociedad no repunta lo suficiente; persiste el relativismo en gran parte de ella y los nubarrones sobre la unidad de la Nación no desaparecen. Es tabú cuestionar el inasumible costo del Estado de las Autonomías, y habrá que esperar para ver cómo se resuelve el dilema suscitado sobre su simetría o asimetría y las propuestas sobre la reforma constitucional. De momento, la Monarquía sigue como la alta representación del Estado y continúa siendo útil; que dure muchos años, pero lo tiene que saber ganar día a día.
Ante el incierto futuro político de España, apostemos por su estabilidad. Las experiencias históricas y el sentido común son las mejores consejeras; si nos atenemos a ello, cabe espacio para la confianza y el optimismo, mal que les pese a algunos
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