Tres sensaciones, seguidas una otras otra, han brotado en los últimos días en millones de corazones. La primera, el dolor por la masacre de los yihadistas en París; la segunda, el alivio reconfortante de las masivas reacciones- institucionales, políticas y populares- de repulsa y unidad ante el terrorismo; y la tercera, las condenas de las acciones criminales yihadistas, púbicamente manifestadas, por diversos colectivos musulmanes radicados en Occidente.
Una vez enterrados los asesinados con los máximos honores, ha quedado abierta la necesidad de reforzar las medidas de seguridad y de colaboración internacional para preservar la libertad y el bien supremo de la vida, frente a los fanáticos desalmados que pretenden segarla. Por otra parte, cabe estimar el sentir de los creyentes musulmanes moderados en contra del asesinato; es un gran paso en pro de la convivencia en paz y, tal vez, propicie nuevos aires de integración en Occidente.
Son necesarias la perseverancia y la rectitud de intenciones, traducidas en acciones inteligentes, para que los anteriores gestos devengan en realidad. Es un camino de largo recorrido que vale la pena iniciar; aunque no faltarán sobresaltos sangrientos y desencuentros. Lo decisivo es que, al final de la andadura, el yihadismo sea extirpado con el compromiso y el esfuerzo de todos, independientemente de credos e ideologías.
A tal fin responde el pacto de Estado, que se cerró ayer entre el PSOE y el PP, para combatir el terrorismo yihadista, con la voluntad de que tan importante acuerdo obtenga el mayor respaldo posible por parte de las restantes formaciones políticas.
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