Algunas voces lo dijeron hace años: la 3ª guerra mundial será la del terrorismo; concretamente la desatada, paso a paso, por los yihadistas que, con diferentes denominaciones y franquicias, iniciaron la amenaza global y esta forma nueva de guerra apartada de las reglas clásicas y convencionales de las otras confrontaciones bélicas. La que ellos han emprendido se caracteriza por la práctica del terror como medio para infundir miedo, conseguir la sumisión, eliminar la libertad, alzarse con el poder e imponer sus dictados totalitarios y esclavizadores.
Las primeras y más numerosas víctimas, reales o potenciales, fueron y siguen siendo los propios musulmanes que no comparten su ideario fanático y sangriento, a los que califican de apóstatas; las segundas son los infieles, los no creyentes y los practicantes de religiones diferentes al Islam.
A tales asesinos, aspirantes a ser mártires, y a los que los fanatizan, financian y protegen hay que combatirlos sin complejos en diferentes frentes ( servicios de información, policiales, militares, políticos, judiciales, legales, cooperación internacional...). Y, por supuesto, no deberían de ser acreedores a los derechos, libertades y concesiones estipuladas en los países en donde rige el Estado de Derecho. No se puede ser condescendiente con quienes quieren destruir las democracias del mundo civilizado y que también atentan, cegados por el fanatismo, contra sus hermanos de religión que consideran descarriados.
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