En el Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa, se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, siendo recibido por la multitud con ramas de árboles, que esparcían a su paso, montado sobre un borrico, y aclamándole con " Bendito es el que viene en el nombre del Señor..." Su entrada no fue sobre un corcel brioso ni con el vistoso acompañamiento de bizarros soldados- propio, en la época, de los vencedores de una campaña de conquista y botín a su regreso-, ya que "Su reino no era de este mundo", sino el anuncio, no entendido por la gente, de que iba voluntariamente al encuentro del suplicio, para salvar y redimir a la Humanidad de la esclavitud del pecado, sufriendo vejaciones y maltratos hasta el sacrificio supremo de muerte en la Cruz.
En Jesús confluía una doble naturaleza: la divina- como hijo de Dios- y la humana-engendrado en su madre María por obra del Espíritu Santo- Como hombre sufrió las tentaciones terrenales del diablo- venciéndolas- y, como se lee en el relato de San Marcos, la angustia y el terror previos a su apresamiento, suplicio y muerte, hasta el extremo de rogar al Dios-Padre en Getsemaní: " ¡Abba! (Padre): tu lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres"( en Lucas: " Padre, si es tu voluntad, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" ).
A la alegría del fiel cristiano al rememorar el Domingo de Ramos, le sigue el estremecimiento compasivo y doloroso al leer o escuchar en la narración de Marcos: " Eloí, Eloí, lama sabaktaní ( Dios mío, Dios mío, ¿ por que me has abandonado ?)...Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró". Estas últimas palabras, oídas de rodillas en la Santa Misa de hoy-Domingo de Ramos-, inundan de profunda emoción a oficiantes y asistentes, dentro de un recogimiento interior en reinante silencio, mientras muchas manos velan los rostros para compartir el dolor del Crucificado y tratar de contener u ocultar los sollozos y quejidos del alma.
Marcos continúa: " El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba al frente, al ver cómo había expirado, dijo: Realmente este hombre era el hijo de Dios..."
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