domingo, 29 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS.

 

En el Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa, se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, siendo recibido por la multitud con ramas de árboles, que esparcían a su paso, montado sobre un borrico, y aclamándole con " Bendito es el que viene en el nombre del Señor..." Su entrada no fue sobre un corcel brioso ni con el vistoso acompañamiento de bizarros soldados- propio, en la época, de los vencedores de una campaña de conquista y botín a su regreso-, ya que "Su reino no era de este mundo", sino el anuncio, no entendido por la gente, de que iba voluntariamente al encuentro del suplicio, para salvar y redimir a la Humanidad de la esclavitud del pecado, sufriendo vejaciones y maltratos hasta el sacrificio supremo de muerte en la Cruz.

En Jesús confluía una doble naturaleza: la divina- como hijo de Dios- y la humana-engendrado en su madre María por obra del Espíritu Santo- Como hombre sufrió las tentaciones terrenales del diablo- venciéndolas- y, como se lee en el relato de San Marcos, la angustia y el terror previos a su apresamiento, suplicio y muerte, hasta el extremo de rogar al Dios-Padre en Getsemaní: " ¡Abba! (Padre): tu lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres"( en Lucas: " Padre, si es tu voluntad, aparta de mi esta copa; pero  no se haga mi voluntad, sino la tuya" ).

A la alegría del fiel cristiano al rememorar el Domingo de Ramos, le sigue el estremecimiento compasivo y doloroso al leer o escuchar en la narración de Marcos: " Eloí, Eloí, lama sabaktaní ( Dios mío, Dios mío, ¿ por que me has abandonado ?)...Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró". Estas últimas palabras, oídas de rodillas en la Santa Misa de hoy-Domingo de Ramos-, inundan de  profunda emoción a oficiantes y asistentes, dentro de un recogimiento interior en reinante silencio, mientras muchas manos velan  los rostros para compartir el dolor del Crucificado y tratar de contener u ocultar los sollozos y quejidos del alma.

Marcos continúa: " El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba al frente, al ver cómo había expirado, dijo: Realmente este hombre era el hijo de Dios..."

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