La oposición venezolana, que acaba de tener un amplísimo triunfo en las elecciones legislativas, si permanece unida y actúa prudente e inteligentemente puede conseguir que la libertad, la justicia y el bienestar retornen a Venezuela. No va ser un "coser y cantar" ni de hoy para mañana, ya que la acémila autoritaria e impresentable de Nicolás Maduro hará todo lo que haga falta para que el régimen bolivariano-chavista siga vivo y coleando, ignorando y despreciando la voluntad popular expresada en las urnas.
En el camino arduo hacia la democracia será decisivo también el comportamiento del estamento militar. Aunque sólo fuera por guardarse las espaldas, más le vale que haga piña para que tal andadura no sea obstruida por las distintas fuerzas- clanes, familias e instituciones- que durante años han sido los guardianes corruptos y despiadados de su despótica revolución, cercenadora de libertades y dispensadora de miseria.
O se apuesta por la convivencia en paz, en libertad y con espíritu de reconciliación, o el enfrentamiento civil cruento estará servido.
De momento, Maduro, en vez de tender la mano, sigue con el puño amenazador. Las puertas para el cambio las ha abierto el pueblo; intentar atrancarlas podría pagarse un día con el exilio, la cárcel o el paredón.
Es deseable y de justicia que Maduro y sus secuaces atiendan las legítimas aspiraciones de los venezolanos a vivir dignamente y dejen salir de las cárceles a los que las sufren por simples razones de orden político, opinión o de conciencia. Pero conociendo al personaje es como pedir peras al olmo. Y es que la indigencia intelectual, aunada con el matonismo sectario y faltón, es el revestimiento del alcornoque Nicolás Maduro.
En todo caso, los gobiernos democráticos occidentales deben desplegar sus capacidades de persuasión para que la oposición permanezca unida, superando las posibles diferencias partidistas y personales, y el régimen bolivariano no trunque la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, que esperanzado ha apostado por el cambio a mejor.
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