Con dinero no se soluciona el desafío secesionista catalán, por mucho que el Gobierno atienda las reclamaciones económicas de Cataluña que, por ser una de las regiones autonómicas españolas, no pueda dejarse desasistida. El fanatismo independentista se beneficia de los trasvases dinerarios que recibe, pero no cesará en su pulso al Estado. Este tirar y no aflojar viene repitiéndose de antiguo. Lo más escandaloso es que, con el dinero de todos los españoles, dedican cantidades millonarias para promover, adoctrinar e intentar internacionalizar- “ embajadas” de por medio- su aspiración para convertirse en la República Independiente de Cataluña.
El empecinamiento en tal delirio y la deslealtad al Estado constituyen su proclama permanente, reafirmada con hechos, provocaciones e ilegalidades varias. También tiene su ingrediente de conseguir la impunidad por las muchas tropelías y despilfarros que, amparándose en la “cuatribarrada” y la “estrellada”, han perpetrado allí en contra de los intereses generales y, de forma especial, contra la mayoría de los catalanes que comparten el amor a su tierra con el de España.
Lo anteriormente dicho explica por qué se considera en el resto de España que se privilegia a Cataluña a costa de los demás, premiándose a los “ malos”, a quienes crean los problemas. En este caso, a los secesionistas. Hace tiempo que, además de la acción de la Justicia, los partidos constitucionalistas deberían haberse concertado políticamente para decir ¡ basta, hasta aquí se ha llegado ! Las medidas políticas a aplicar se contemplan en la Constitución; pero no se vislumbran gestos al efecto, bien sea por no agravar el problema-¿ aún más ?-, o por intereses partidistas. Lo cierto es que, pese a rutilantes declaraciones, la unidad de España peligra. Boabdil lloró tarde.
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