lunes, 20 de noviembre de 2017

CONVERSACIONES CON UN AMIGO

Se confiesa agnóstico y racionalista; su pensamiento político tiende al totalitarismo; piensa que hay una sobrepoblación mundial y, por tanto, es partidario del control y la planificación de la natalidad y de que los gobiernos del orbe deberían imponer un tope sobre los hijos a procrear; para él, el número ideal sería no más de uno, caso que se optase por tener descendencia, hasta alcanzarse una cantidad asumible de habitantes. Tiene dinero, pero dice que no le atrae y que debería ser retirado de la circulación. Quisiera tener fe y la seguridad de un más allá, pero le causa miedo la posibilidad de un infinito desconocido después de la muerte. Dice que su lema es respetar y no hacer daño a los demás.

Este es el pensar de un amigo con el que hablo a menudo, y de cuyos planteamientos, salvo el último- respetar y no dañar-, discrepo en las conservaciones educadas que mantenemos.

Respecto a las creencias religiosas- en concreto las católicas, de las que me considera practicante-, piensa que obedecen a tradiciones culturales sin fundamento científico comprobable. Le arguyo que la Fe es un don divino gratuito que hay que cultivar, y que de ella deriva la Esperanza; pero, con todo, los creyentes no están libres de dudas acerca de la trascendencia del ser humano, que algunas veces se plantean y les perturba.

Le añado que, en cualquier caso, la práctica religiosa no perjudica y ayuda a superar los altibajos anímico-espirituales; es un asidero íntimo y reconfortante frente a los misterios del más allá. Sólo los que han alcanzado la cima del misticismo se desprenden de las preocupaciones terrenales, experimentan en éxtasis la contemplación divina y ansían sin temor el momento del goce de las mieles celestiales. El resto de los mortales, creyentes o no, sufrimos en ocasiones la angustia por lo desconocido y no aprehensible por la mera razón.

Hace pocos días fuimos los dos a comer a una hospedería franciscana. Visitamos el claustro y la iglesia del monasterio. Antes de salir de allí compré estampitas con la oración y bendición de San Francisco; ya en la calle le ofrecí una, rehusándola en principio, para segundos después pedírmela. Se la di y la guardó en su cartera.

Amigo: seguiremos viéndonos para hablar de nuestras inquietudes, de lo divino y lo humano. Discrepancias aparte sobre determinados temas, que no se dan acerca de la unidad de España, la soledad es menor cuando se comparte en grata compañía.

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