Sabían lo que hacían y a lo que se arriesgaban, pero siguieron con su plan adelante para independizarse de España y proclamar la República Independiente de Cataluña. Colosal desafío al Estado y a la unidad nacional, pensando, tal vez, que aquél no iba a responder ante un hecho tan gravísimo; pero calcularon mal y embaucaron a casi la mitad de los catalanes en tal despropósito irrealizable.
Además de la activación suave del artº 155 de la Constitución, la Justicia comenzó a actuar con independencia, paso firme y rigor jurídico. Las consecuencias ya saben: unos en prisión preventiva, otros huidos y algunos inmersos también en procedimientos judiciales. El final de todo lo sustanciarán los tribunales juzgadores.
Las lamentaciones de los secesionistas, su victimismo infundado, así como las subsiguientes protestas callejeras, más o menos violentas, de nada valen. Ya lo dijo Rubalcaba: “ El que le echa un pulso al Estado, pierde.”
No puede salir gratis causar un destrozo tan grande en Cataluña y, con mentiras, tratar de cuestionar y descalificar al sistema democrático español. Los que en su día sean condenados albergan la esperanza de un indulto generoso. Tal vez algún futuro Gobierno lo conceda, pero sería una traición a España si, previamente y cumplida una buena parte de la pena, no renunciaran de palabra y de hecho a los comportamientos delictivos que acarrean los delirios secesionistas.
En España no se castiga por pensar ni tener un ideal, sino cuando éste va acompañado o seguido de acciones contra el orden constitucional y el resto de la legalidad vigente. “ Elemental, mi querido Watson”, como diría Sherlock Holmes.
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