miércoles, 3 de abril de 2019

EL ATRIBULADO CONTRIBUYENTE

Un año más Hacienda llama a “ retratarse “. El contribuyente se acicala para salir favorecido; pasa por la peluquería para que le retoquen el cabello; sonríe afable y tímidamente al funcionario del fisco que revisa la declaración presentada, esperando su aprobación, ya que puso todo su celo para cumplir con las obligaciones tributarias. El tiempo trascurre lentamente, a la par que la incertidumbre y la ansiedad galopan, aumentando la cola detrás de él. Pudo haberlo hecho telemáticamente, pero desconfía de esa herramienta informática, prefiriendo el contacto personal con la esperanza vana de que surja la empatía y el entendimiento entre la Administración y el administrado.

El funcionario, vista la acumulación de declarantes, rumia para sí que es la hora del bocata y que su compañero, que se fue a un bar cercano para comer unas tostadas, tarda demasiado en regresar para relevarle. En otros puestos de atención al público ocurre lo mismo, oyéndose una voz airada que se queja por lo que tiene que pagar y que es víctima de un robo. El vigilante de seguridad se le acerca y apacigua el enfado del que se considera expoliado.

Por fin, nuestro contribuyente obtiene la respuesta: se dará curso a su declaración, faltan determinados documentos que justifiquen las deducciones, posiblemente tendrá que hacer una declaración paralela, así como una retahíla de exigencias más. Apenas se hace caso a sus explicaciones exculpatorias, ya que llegó el relevo del funcionario que le atendía, quien se limitó a decir: “el siguiente".

El sufrido “ paganini “, cabizbajo, sale de la oficina tributaria. Regresa a la peluquería para que le rapen al cero su aseada cabellera, cansado de que, año tras año, el fisco le tome el pelo. Sabe que en cada ejercicio se le esquilma más, mientras que sus ingresos disminuyen. Nunca ocultó nada a Hacienda ni quiso pleitear con ella, pues no hay modo de vencer a la voracidad recaudatoria. Sólo una vez intentó ejercer su derecho, pero desistió al recordar que le dijeron: “ las reclamaciones al maestro armero". 

El atribulado contribuyente regresa a casa y se toma una tila. Recuerda que después de cada visita a Hacienda pasa muchas noches en vela.





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