martes, 10 de diciembre de 2019

EL PRECEPTO DEL AMOR

La Fe es un don gratuito de Dios. La persona creyente que la mantiene y aviva en su interior, alberga la esperanza firme de la trascendencia del ser humano y que tras la muerte hay vida eterna. No basta con haber recibido el regalo preciado, sino saber y querer conservarlo y acrecentarlo. Es como un frutal que necesita ser cuidado para que se desarrolle y dé frutos, al que hay que preservarlo de las plagas dañinas.

Los frutos de la Fe se traducen en hechos, siguiendo la recomendación de Jesús, cuando fue preguntado: “ Maestro, cuál es el gran mandamiento en la ley. Jesús dijo:  Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primer y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”.( Mateo 22: 36-40).

No es fácil seguir siempre este precepto, incluso para los cristianos más fervientes. Sería una heroicidad sublime practicarlo permanentemente. La mayoría caemos y reincidimos en el desamor a los demás por motivos varios( egoísmo, indiferencias, prejuicios, descalificaciones gratuitas,etc.). Pero lo importante es sentir remordimiento de conciencia cuando actuamos indebidamente, como paso previo para procurar reparar el mal, el desinterés o la ofensa causada. Ello no empece para que levantemos la voz contra las injusticias, desigualdades y limitaciones o trabas al ejercicio de los derechos básicos fundamentales de las personas, siempre que se haga educadamente y con el fin de mejorar la sociedad. Mantener el equilibrio al respecto es un reto complicado, pues hasta “ el justo peca siete veces al día “.

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