Un dicho antiguo es “ Nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena “. Los truenos que preceden a los rayos anuncian las lluvias,más o menos duraderas, que caen con intensidad e incluso acompañadas a veces del granizo, que tanto daño causa a los productos del campo. Pues bien, el coronavirus se ceba con la Humanidad, expandiéndose veloz como los rayos . Para librarnos de dicho mal se elevan plegarias a fin de que finalice la pandemia, pidiendo la intercesión de la Virgen y volviendo la mirada hacia Dios. Incluso bastantes gentes, no creyentes o no practicantes, efectúan súplicas y rezos que tenían olvidados; y los que nunca los hicieron o no consiguen recordarlos invocan en su interior la piedad y protección divinas, cobrando actualidad el dicho citado al principio.
Cuando acaecen males surge la pregunta: ¿ Por qué Dios los permite ? No los provoca ni desea el Creador, que hizo al hombre libre.
Y a pesar de nuestras penas y dificultades el Señor nos nos dejará de su mano. Siempre piadoso, nos acogerá en su seno. Hasta que nos llegue la hora de la partida definitiva sufriremos penalidades. Pero no perdamos la Fe. Hagamos méritos para que Dios la avive en nuestros corazones. No desesperemos. Es normal que nos preguntemos: ¿ Por qué ? Los designios de Dios son inescrutables. Aunque parezca incomprensible, a veces de un mal se deriva un bien. No obstante, recemos para que lo que ahora nos asusta y aflige pase cuando antes, y salgamos fortalecidos espiritualmente de tan difícil prueba.
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