La Carta Magna se parece a la de un restaurante
de lujo.
Pides lo que te apetece y pasas de largo lo
demás.
Hablas maravillas de ella, la denostas o
modificarías.
Y, dando lecciones de gastronomía,
siempre hay quien pone pegas al mejor
manjar.
En los discursos de sus efemérides
anuales
hay aciertos y desbarres. Opinan
doctos,
ignorantes y tergiversadores de
parte.
El auditorio aplaude, o no, el parlamento
lanzado.
En el posterior “ piscolabis “ surgen los
comentarios
en corrillos separados.
A sus 45 años, la Constitución está lozana y de
buen ver.
Los que la han jurado o prometido, deben mantener
la palabra dada,
respetarla y
cuidarla. Y, en lo que haya de menester, mejorarla.
Pero que “ no le metan mano “ los políticos
sectarios
ni los juristas mercenarios.
Si piensan desmerecerla, déjenla
tranquila.
No la acosen. Guapa y tranquila está.
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