viernes, 9 de diciembre de 2011

DEL DESVELO AL HOSPITAL

 

Una llamada telefónica equivocada interrumpe el sueño. Era la una de la madrugada, te piden disculpas, intentas proseguir el descanso pero no hay forma. Trascurre una hora y sigues desvelado. Abandonas la cama, te abrigas con el batín y te pones ante el ordenador. Quieres escribir alguna cosilla para intentar te sobrevenga el sueño y seguimos en la misma; nada se te ocurre, los ojos siguen abiertos como platos. Solo te acompaña el silencio de la noche, roto por el fugaz acelerón de algún vehículo proveniente de la calle.

A falta de ideas para escribir te trasladas, mentalmente, a cualquier hospital. Posiblemente en estos momentos acaba de nacer una criatura; tal vez haya exhalado el último aliento algún moribundo; quejidos con repetidos ¡ ay! de un dolorido enfermo; ajetreo en la sala de urgencias; un quirófano en donde se estará compaginando la destreza médica con la serenidad requerida ante la delicada intervención quirúrgica inaplazable.

En definitiva, un hospital y una noche más, con toda la casuística imaginable, incluido el nerviosismo e incertidumbre reinante en la sala de espera. El turno sanitario de noche atendiendo a los ingresados y prestos a cualquier contingencia, un sorbo de café favorece la vigilia y vence el cansancio.

Los acompañantes de los enfermos ingresados echan alguna cabezadita, sentados  junto a la cama, sin perder de vista el gotero. Las enfermeras, con cuidadoso silencio y esmero, entran en las habitaciones periódicamente a fin de atender los requerimientos, comprobar la situación y administrar lo prescrito o indicado para cada paciente. En la capilla una señora va desgranando las cuentas del rosario.

En la calle, junto a la entrada principal, un hombre echa las últimas caladas a un cigarrillo antes de volver a entrar, mientras observa a un indigente escarbando en el contenedor que está enfrente. El sonar próximo de una sirena anuncia la llegada de una ambulancia que se detiene en el acceso a urgencias, dos sanitarios uniformados de azul bajan la camilla y al trasladado y lo introducen al interior; alguien sale de la sala de espera a curiosear, el servicio médico entra en acción.

El del cigarrillo se pregunta ¿ quién será? ¿qué le habrá pasado?; el indigente ni se lo plantea, lo suyo es supervivencia diaria y su preocupación el encontrar unas sobras aptas para echarse al estómago o algún objeto metálico por el que le paguen en la chatarrería, y tiene que adelantarse al paso del camión de la basura.

Bueno, ya está. El desvelo nos ha llevado imaginariamente al hospital. Ahora solo cabe esperar que la cama nos acoja complaciente, aunque sea por un rato.

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