El Papa Francisco, y con él todos los creyentes católicos, está apenado por el mal ejemplo que dan algunos eclesiásticos de distintos niveles que viven apegados al dinero y al lujo, dentro y fuera de la Curia romana. Los enemigos y críticos sempiternos de la Iglesia parecen recrearse con tales vergonzosas conductas, mientras que los que se sienten creyentes y procuran actuar conforme al Evangelio, pese a la desazón que sufren al enterarse de ellas, siguen amarrados a la Fe para continuar siendo hijos fieles de la Iglesia.
La desmedida pulsión por la opulencia y la ostentación de unos pocos no pone en entredicho el inconmensurable servicio que la Iglesia, esparcida por todo el orbe, presta a la Humanidad en múltiples facetas( espiritual, caritativa, misionera, asistencial, docente, etc.); en definitiva, haciendo el bien y prestando especial atención a los más necesitados, por el Amor a todos que Jesús predicó.
La riqueza de por sí misma no es mala, lo que la convierte en censurable es cuando es producto de actos ilícitos, se aleja de los cánones éticos y se desentiende del componente social que le corresponde. La llamada del Papa a la austeridad no se contradice con la legítima aspiración a vivir dignamente- digna austeridad-, y vale también como reflexión o invitación para alejarnos de la idolatría del dinero imperante en la sociedad, que es más reprobable si brota en aquellas personas de las que se espera un plus de ejemplaridad y, por ende, a resistirse con mayor ahínco a la tentación de nadar en la abundancia. Y es que, como dijo Jesús, " No se puede servir a dos señores,...No se puede servir a Dios y al dinero".
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