La corrupción en el seno del PP es evidente, como
también lo es la machacona insistencia del comando mediático de la izquierda,
con especial saña en algunas cadenas de TV, para exponerla a todas horas,
mientras ignora o pasa de puntillas sobre las que se dan en otras formaciones
políticas. El ejercicio constante de las distintas varas de medir, según afecte
la corrupción y el nepotismo a los míos o a mis primos ideológicos, se
hace descaradamente y sin escrúpulos profesionales, siendo el distintivo
del citado comando; es más, se regodea de ello. Cosa distinta es el
periodismo serio de investigación, así como el que informa y opina
procurando la objetividad y la imparcialidad.
La corrupción es un mal en perjuicio de la sociedad.
Toda persona de bien la detesta, sufre y espera un correctivo ejemplar que no
conlleve ensañamiento cuando se produce, y quisiera que no se diera en parte
alguna; pero, por desgracia, lleva arraigada en España desde hace años, sin que
sirva de consuelo el que afecte a partidos diferentes y que también se da en
otros países.
Todo tratamiento informativo debe ejercerse con
responsabilidad, quedando reservado el enjuiciamiento de las presuntas
actividades delictivas a los jueces y tribunales; pero no siempre ocurre así.
Con cierta frecuencia se prejuzga, se condena por anticipado, se filtran y
publican diligencias secretas, se acosa de manera inmisericorde a los
investigados, a los que no lo son y a su entorno próximo, traspasándose en
ocasiones los límites del derecho a la información, a la libertad de
expresión, a la propia imagen y la intimidad de las personas, mientras que
por el camino caen tanto culpables e inocentes.
Tales excesos mediáticos son más repudiables cuando
revisten, aunque se pretenda disimular, intencionalidad política y obedecen a
estrategias diseñadas en determinados despachos para acabar con el adversario,
señalado como enemigo a destruir.
De la corrupción se derivan responsabilidades penales
y políticas. Dilucidar las primeras compete a la Justicia; asumir las segundas,
además de cargar con ella los que incurrieron en la misma, deben responder los
responsables políticos que, pudiendo, no se esmeraron en el “ in eligendo” ni
en el “ in vigilando ”.
La dimisión, en cuanto modo de asunción de
responsabilidad política, no suele prodigarse en estos lares. Los casos en los
que raramente se da suelen ser forzados- o te vas, o te ceso- . La dimisión,
voluntaria y por sorpresa, de Esperanza Aguirre le honra. Puso su confianza y
aupó a quien le salió rana. Que cunda el ejemplo.
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