El problema de la inmigración ilegal y
su tratamiento, que tanto preocupan en Occidente, es complejo. Por una parte
están los aspectos humanitarios a tener en cuenta, y por la otra las diferentes
medidas que adoptan los gobiernos para intentar impedirla y controlar las
respectivas fronteras. La solución no es fácil, como tampoco el modo de
conjugar o satisfacer ambas exigencias.
Para atajarla o minimizarla, el polémico
y controvertido Donald Trump, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos
por el partido republicano, ha propuesto levantar un muro en la frontera con
Méjico para evitar la inmigración ilegal, y que su coste lo pague el país
azteca. Propuesta criticada y rechazada, además de en Méjico, por un amplio
sector de los norteamericanos y entre la población hispana; pero no deja de ser
una proposición más, por extravagante y desproporcionada que pueda ser, para
captar votos entre los que ven con desagrado y preocupación el constante flujo
clandestino de la inmigración irregular. Si tras ella hay también o deja de
haber una inspiración xenófoba, lo dejamos a criterio de quienes conocen la
singularidad del personaje.
A propósito de la idea lanzada por Trump
se refirió el Papa Francisco- sin mencionarle directamente, pero por el
contexto se infería la alusión-, ante a los periodistas que viajaban con él en
el vuelo de regreso a Roma, tras haber finalizado su reciente visita pastoral a
Méjico, al decir: “Una persona que piensa sólo en hacer muros, sea donde sea, y
no con hacer puentes, no es cristiano. Eso no está en el Evangelio. Después, lo
que usted me decía, sobre qué aconsejaría, votar o no votar, no me meto. Solo
digo: este hombre no es cristiano”.
Nunca hemos ahorrado elogios a la figura
del Santo Padre, a su compromiso con los más desprotegidos y necesitados, a su
valiente denuncia de los males que asolan a la sociedad, incluso a los que se
producen en el seno de la Iglesia, a su humildad y sencillez; aunque también,
no hemos podido evitar una contenida sensación de que, en ocasiones, sin dejar
de ser sincero y siempre con buena fe como hombre de Dios y Pastor de la
Iglesia, ha pronunciado frases ambiguas o, aparentemente, contradictorias, que
en no pocos cristianos siembran la perplejidad; igualmente, parece que algunas de sus amonestaciones no se han
repartido siempre por igual, y que a veces, con recta intención, se introduce
en campos ajenos.
Esta última sensación es la que hemos
sentido al escuchar y releer sus palabras antes transcritas. Genéricamente son
aceptables y se pueden interpretar como un alegato contra los muros de las
discordias humanas, de la exclusión, etc., que envilecen a las personas; pero
en el contexto que flotaba en el aire, en el “este hombre no es cristiano “,
pueden entenderse como una intromisión aventurada en un debate político actual
en un estado en campaña electoral.
Sólo Dios conoce lo que anida, de bueno
y de malo, en el hombre; es el Altísimo juzgador. En la tierra “el mejor
escribano echa un borrón”. El Papa
Francisco, pese a sus grandes virtudes, es un hombre; un vaivén en el avión
hizo que unas gotas del tintero salpicasen la túnica blanca. Perdón por el
atrevimiento al manifestar mi perplejidad. Con la reverencia y el amor de
siempre al Santo Padre, queda escrito lo que se le escapó al pecador Cruzado.
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