viernes, 19 de enero de 2018

ASISTENCIA A LA SENECTUD

Muchos ancianos que viven solos precisan, a falta de familiares que por motivos diversos puedan cuidarlos o atenderlos personalmente, la ayuda de una persona, generalmente una mujer, que se encargue de las tareas domésticas y, con frecuencia, de su higiene y limpieza personal. A los años y la precariedad de la salud se suma el sufrimiento resignado de la soledad y la incomprensión, sometiéndose como niños a las indicaciones de sus cuidadores y a las de los parientes más próximos, normalmente sus hijos, que les visitan para interesarse por ellos y supervisar la atención que se les presta.
Hay cuidadores que se esmeran con cariño sincero, de confianza plena; pero también se dan casos en los que, con dejación de las obligaciones contraídas y la confianza depositada en los contratados, dejan mucho que desear los servicios prestados y, lo que es más execrable, la infidelidad pecuniaria y el aprovechamiento propio en perjuicio de los asistidos.
El trabajo ha de ser prestado con diligencia y retribuido justamente; pero para la labor asistencial a los desvalidos se requiere un plus de humanidad y responsabilidad. No es una dedicación fácil de realizar. Por eso merecen la gratitud y el reconocimiento social las personas que con su asistencia y cariño llenan los huecos de soledad de la senectud, aminorando las secuelas varias de la misma. Dulcifican sus vidas a las personas en los años postreros de ella y les hacen sentirse queridas.

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