El dicho “ No es más rico el que más tiene, sino
el que menos necesita”, lleva a preguntarnos qué se entiende por riqueza y qué
por necesidad. La riqueza se considera asociada a la posesión abundante de
dinero y bienes. Sin embargo, lo necesario para vivir digna y decorosamente no
requiere la abundancia, sino la posibilidad de tener acceso, para sí y para la
unidad familiar, a una vivienda, a los productos de consumo y a los de uso
necesario, a la educación y formación cultural y al desempeño de una profesión,
cuya remuneración justa permita la disponibilidad de todo ello, sin perjuicio de
las obligaciones estatales para garantizar la sanidad, coadyuvar al bienestar
común y asistir a los que realmente se encuentran en estado de necesidad o
precariedad.
La riqueza productiva, emprendedora e inversora
repercute en el avance económico-social y en la
creación de empleo, favoreciendo las condiciones para el progreso a mejor de y
desde las diferentes ocupaciones laborales. Pero para que ello sea posible, es
necesario, entre otras cosas, que las distintas administraciones públicas no
arremetan, con impuestos excesivos y trabas varias, contra las actividades e
iniciativas privadas y las clases medias, ni entorpezcan la economía de libre
mercado, así como que eliminen los gastos superfluos, reduzcan sus mega
estructuras y la compra del clientelismo o voto cautivo. Un país endeudado hasta
las cejas no puede permitirse tanto dispendio.
Con independencia de lo anterior, cabe destacar
otra riqueza mayor: la moral. Sin ella nada valen el poder ni el dinero, que
devienen en glorias efímeras, contaminando y pervirtiendo el cuerpo y el alma
social, a la vez que esclavizan y deshumanizan al hombre. Andamos necesitados de
un rearme moral a todos los niveles, que promueva e incite a recuperar los
valores perdidos. Es la reconquista pendiente que debe empezar por cada uno,
implicando a los demás con el ejemplo. Reto que parece imposible de llevarlo a
cabo, ya que muchos y poderosos son los intereses que juegan a la contra. Pero
no hay adversidad que no pueda superarse si se pone tesón y fe en ello. Tanto el
egoísmo egocéntrico, al igual que el laicismo beligerante, el relativismo y el “
todo vale “ no son riquezas para la humanidad, sino unas maldades a las que se
necesita desenmascarar, hacer frente y vencer.
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