No procede llamar homófobos a los que respetando
las distintas orientaciones sexuales y formas de convivencia en común, entre
personas del mismo sexo, no están de acuerdo con las manifestaciones públicas y
de mal gusto que suelen realizarse con motivo del llamado “ Día del orgullo gay
“, aunque este año no se han llevado a cabo por la pandemia de coronavirus.
Tampoco merecen tal calificativo los que consideran que el término matrimonio
debería reservarse al casamiento de un hombre con una mujer, ni ser tildados
despectivamente, como nostálgicos de la “ sociedad “ patriarcal, a los padres
que reclaman el derecho a oponerse a ciertas enseñanzas - teórico-prácticas-
sobre sexualidad a los niños. Dicho de paso, hay que insistir acerca de otro
derecho, el de la libertad de los padres a la elección del centro escolar,
puesto en cuestíón por la ley Celaá, que va claramente en contra de la enseñanza
concertada.
Las sociedades, usos y costumbres cambian con los
tiempos, aunque no siempre a mejor. El respeto a los demás no implica compartir
los postulados con los que no se está de acuerdo por razones de conciencia,
éticas o morales. A estas alturas nadie se escandaliza por ver la bandera “ arco
iris “, símbolo gay, ni se avergüenza por tener amistad con hombre o mujer “
homo “, que los hay y se aceptan en todos los ámbitos sociales, siendo
excepciones las actitudes contrarias. Lo preocupante es la desinformación,
intoxicación e inculcar a los niños la indiferenciación sexual. No les hace
falta este tipo de “ docencia “. El tiempo les llevará a sentir cuál es su
preferencia o tendencia, y elegirán.
En fin; que se protejan de verdad los
derechos de padres y niños, dejándose de experimentar con éstos y de suplantar a
aquéllos. El peligro se afianzó cuando la ministra Isabel Celaá dijo:
"No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los
padres". “ O tempora, o mores “, como dijo Cicerón.
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