Fuera con la cremallera de la bragueta
bajada, con comentarios procaces,
o con lascivos ruegos y miradas,
a las mujeres
bajo su mando
violentaba el
repugnante acosador.
La desvergüenza y la guarrería
eran un secreto a voces, pero no
se le defenestró, pese a las denuncias
internas, pensando que con el tiempo
escamparía. Sólo cuando el escándalo
y la indignación fueron en aumento,
Sánchez, para aliviar el aprieto,
prescindió de su hombre de confianza,
el pertinaz acosador Paco Salazar.
Al presidente, beneficiado en su día
por las “ saunas “ de su suegro,
parecen
no inquietarle los asuntos
reprobables
de la “ entrepierna “ ni de la
prostitución,
aunque públicamente abomine de esta
y se haga adalid del feminismo.
Continúa con la farsa, pero no escampa.
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