No debería salir bien parado,
como si nada hubiera pasado,
cuando deje de gobernar.
Merecería el castigo penal por
las tropelías cometidas durante
su mandato, consentidas o
impulsadas por
él, sin que en
ningún caso, como cínicamente
aduce, le sorprendieran ni pudiera
llamarse a engaño por ellas.
De los que encumbró y dice que
le defraudaron, bien conocía su
paño.
Acuciado por todo tipo de
escándalos,
rehúye dar la cara y explicaciones
convincentes. Se va por los cerros
de
Úbeda, defiende lo indefendible,
oculta
lo evidente, cae en el histerismo,
es la mentira parlante.
¿ Qué más tiene que pasar para
que este hombre y su tropa se
vayan al garete
? Él, como jefe de
la banda, debería comprobar qué
tal se está detrás de los barrotes.
Cualquiera que sea su posible
horizonte
penal, la gente decente ya le ha
enjuiciado y condenado.
¡ Cuánto daño causa a España este
endiosado presidente !
Sin escrúpulos morales, embarra
sin parar y se salta los límites más
elementales. Hastía hablar de él,
pero por mucho que se diga, nunca
será bastante.
Ídolo de barro, levantado sobre
tierras
movedizas y a punto de engullirle,
se empeña en mantenerse a flote.
Algunos de los suyos, previsores
de la hecatombe, le dan de lado.
¡ Cuán dura le será la caída !
¡ Que sea más pronto que tarde !
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