Los enredadores, según el diccionario de la lengua española, “ meten discordia o cizaña”, “ son chismosos o embusteros “. Los enredadores, por lo general, no son gente recomendable; les gusta meter las narices en asuntos ajenos, haciendo valoraciones o juicios de valor imprudentes, innecesarios o inexactos sobre los demás. Los hay que, sin conocimiento de causa, opinan sobre cualquier tema o problemática, no guardando cautela alguna en sus palabras; ponen su particular cátedra en lo que dicen, predominando sus imaginaciones y deseos sobre cualquier otra consideración distinta.
En ellos parece existir una especie de atracción fatal para reunirse y charlar con los de tan similar y peculiar condición, aunque se produzcan determinadas discrepancias en sus conversaciones. Después, cada uno cuenta su versión sobre lo tratado, sin que el ajeno a tales chismorreos, conociendo el percal de estos sujetos, crea lo que le dicen unos y otros, optando por hacer oídos sordos. Y es que se llega a un momento en el que es juicioso evitarles, aunque la cortesía hace inevitable saludar y responder a sus saludos, o compartir esporádicamente un café.
En el fondo dan pena. Se pueden intuir en cada caso los problemas personales que subyacen en ellos, pero no aseverar cómo y por qué devinieron en enredadores. ¿ O acaso lo fueron siempre ? No conviene juzgarlos con severidad, porque ¿ quién puede afirmar que alguna vez, consciente o inconscientemente, no haya enredado también ?