Nada para escribir se me ocurre hoy. Si surge un tema, reparo que lo he tratado anteriormente y que otros se han ocupado de él con mejor pluma y sapiencia. Mi pensamiento va saltando de idea en idea, y el resultado es el mismo. No es cosa de la canícula veraniega, sino de que te cuestionas para qué insistir una y otra vez sobre determinadas problemática actuales, presumiendo que no se se leerán por algunos por repetitivos, o que pueden resultar tediosas para los que prefieren las cuatro palabras de un WhatsApp.
Reconozco que, en ocasiones, y esta es una de ellas, me autocensuro, y reprimo los deseos de exponer ciertos interrogantes y dudas que me planteo, sea por simpatías políticas, que no militancia ni afiliación, hacia lo que considero mal menor, o bien, por ejemplo, ante determinados pronunciamientos papales no amparados por la infalibilidad y, por tanto, susceptibles de discrepancias. Sobre los últimos opto por el silencio, sin unirme al corifeo laudatorio de muchos de los no creyentes, algunos de los cuales se esmeran en su fobia contra la Iglesia.Dejo reposar lo escrito. Mañana decidiré si lo publico o le doy a la tecla de eliminar.
En cualquier caso, ¿ qué importaría una u otra opción ? Sin perjuicio de la que sea, me entretuve esta tarde un ratito con el ordenador. Y es que al final, sin saber cómo ni por qué, fluyó algo de mi interior.
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