Una de las características de las izquierdas populistas y los nacionalismos radicales actuales es creerse que tienen superioridad intelectual, política y moral sobre sus adversarios y oponentes, calificándolos de “ fachas “ y retrógrados. Si dependiera de aquéllos, éstos no tendrían derecho a ninguna representación política ni a liderazgos sociales. Los admiten a su pesar por las reglas del juego democrático y las garantías constitucionales, ya que tienen que disimular y contener su tendencia totalitaria. ¡ Qué diferencia con el espíritu de diálogo, generosidad y reconciliación de la Transición ! Esta nos trajo la Democracia por voluntad e impulso real, porque D. Juan Carlos así lo quiso- ser el Rey de todos los españoles –, legalizándose los partidos políticos y promulgándose amnistías.
No puede dejar de reconocerse y agradecer el gran servicio que el Rey emérito prestó a España y a los españoles, como tampoco su decisiva intervención para frenar el golpe de Estado del 23 F. Los militares estaban a la espera de lo que D. Juan Carlos dijera, y le obedecieron cuando lo desautorizó y exigió el cumplimiento de la legalidad constitucional. Las actuales desafecciones a su persona, por algunas debilidades y miserias humanas que se le achacan, no borrarán todo cuanto hizo, sin estar obligado a ello, para dar paso a las libertades.
Su hijo y sucesor, D. Felipe VI, es objeto de desconsideraciones y vetos por la extrema izquierda y los secesionistas catalanes, pese a su conducta ejemplar y neutralidad política. Cargarse la Institución monárquica es el paso previo para acabar de destrozar la nación española y repartirse sus despojos los enemigos de una y otra. Se están consintiendo demasiados desafueros ( boicot secesionista al Rey, discriminación del español o castellano, malversaciones de dinero público en la continuación del “procès “ separatista, pagos y otras prebendas a fugitivos de la Justicia investigados por su participación en el mismo, reactivación del Diplocat, merma de libertades, acoso a jueces, etc.), existiendo el peligro de que, más tarde o temprano, toda esta locura estalle y se vuelva al enfrentamiento cruento. Ojalá no se llegue a tal extremo, pero algunos están creando o propiciando, por activa o por pasiva, las condiciones para que ocurra.
La experiencia de lo ocurrido en la I y II República debería inmunizarnos contra tales aventuras. España tiene su idiosincrasia específica, hacedora de gestas sublimes y generadora de iras incontrolables. Mientras la monarquía parlamentaria siga siendo útil a los intereses patrios, que lo es, hay que defenderla y protegerla frente a quienes desean finiquitarla.
El Rey, además de corresponderle el mando supremo de las Fuerzas Armadas, “ es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. Esto es lo que no admiten ni desean los adalides del sectarismo y la imposición, cercenadores de las libertades individuales y colectivas.
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