Intuyes tu muerte cercana, anciana Señora.
Ya no te cuidan ni miman,
en tu desdichada suerte
te sientes abandonada.
Perdiste la beldad que fuiste,
sólo arrugas,
grietas y heridas sangrantes,
inferidas con saña por traidores y
farsantes
en la piel de toro, en tu secular historia
esculpida en
letras de oro.
Del trance agónico, querida Madre,
vieja España, quieren librarte
tus cruzados, hijos amantes.
Aguanta, resiste, vetusta Dama,
en tu socorro corren prestos
en una carrera de relevos,
para que resurja tu lozanía y
esplendor.
Si escuchas sollozos, son cantos de
amor.
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